La lucha entre los rudos forajidos del Oeste y los finos señoritos del Este es histórica. En el Oeste se mantienen las vetustas pistas de cemento o de parquet de pino, en el mejor de los casos, aros rígidos simples y tableros de madera. Las cheerleaders continúan bailando y vistiendo el can-can, con sus medias negras y sus portaligas, que insinúan mas que enseñan. En los bares del pabellón solo se come hamburguesas, costillas a la barbaque y beben ese brebaje destilado que llaman whisky. Por contra, en el Este, los mejores arquitectos han diseñado unos pabellones con madera Doussier Alzelia, de Camerún, tableros de metracrilato con aros dobles flexibles. Sus cheerleaders son reclutadas en los campus de las mejores universidades, todas ellas clones rubias, de largas piernas y dispuestas a enseñar mas que insinuar. Aquí no hay bares, sino espacios habilitados con mesas distribuidas para poder seguir el partido mientras pruebas unos esplendidos sanwiches, unos deliciosos canapeses y otras cocinas de especialidades acompañados por excelsos tintos y todo ello rubricado por un caldo suave y fino como el bourbon.